2019 ♦ NEW WAVE – Juana Díaz « MAM CHILOÉ

2019 ♦ NEW WAVE – Juana Díaz

* Texto publicado para la Muestra Regional 2019 del MAM Chiloé.

El amor por la ropa y las formas de vestir viene desde que era muy pequeña. Según mi madre, ya para llevarme al jardín de infantes tenía que esperar a que me probara varias tenidas hasta estar satisfecha con la ropa que me ponía.

INTRODUCCIÓN

En Europa, durante los años de exilio, ya recuerdo muchas veces haber sentido la “necesidad” de usar ciertas prendas específicas, con detalladas descripciones. Tuve la suerte de que mi madre había aprendido en el colegio a cortar, coser y bordar. Mi abuela materna era una costurera genial. Muy perfeccionista y talentosa. Mi madre también resultó ser muy talentosa, para mi fortuna. Varias veces cumplió mis deseos de tener alguna prenda descrita por mi necesidad. El primer encargo que recuerdo fue un vestido largo, de escote cuadrado, con corte bajo el busto y mangas cortas pero amplias. Estaba hecho de una lanilla suave estampada de flores pequeñitas en colores tierra. Muy otoñal. Vivíamos en Barcelona. Debe haber sido el año 1976. Después, en Londres, año 1979 aproximadamente, ¡me hizo un pantalón soñado!. Era tal cuál lo había imaginado: alto hasta la cintura pero sin pretina, con cierre al costado, bien ajustado y con una alforza que recorría toda la pierna en el centro delantero, marcando la línea de quiebre del pantalón. Era un corte muy años ’50. Lo más notable era que estaba hecho de un tartán blanco con negro, elegido por mí, muy punk. Los chicos en el colegio público al que iba me paraban en la escalera para preguntarme de dónde lo había sacado y los alumnos mayores, de 15 y hasta 18 años, con sus peinados y maquillajes impresionantes me lo alababan. Durante los años que alcancé a vivir en Londres, entre mis 9 y 12 años, me movía sola por la ciudad y era asidua a los mercados de antigüedades, las ferias de ropa vintage y los depósitos de ropa para beneficencia. Alcancé a juntar una colección no despreciable de vestidos originales de los años ’50 y ’60, faldas plisadas escocesas, chalecos bordados de lentejuelas, kimonos de seda y otros tesoros. Me consideraba a mi misma una persona con muy buen gusto y no me habría puesto algo que no me gustara ni que me hubiesen pagado mucho. Con mis formas de vestir o estilo no transaba ni modo. Ponía atención a todas las formas de uso de prendas de vestir. Observaba siempre en detalle la ropa de cada persona que me cruzaba en la calle. Desde los zapatos hacia arriba. Si íbamos a alguna reunión social en familia, de regreso yo era capaz de describir las tenidas de cada asistente. No me costaba nada. Me acordaba de todo, incluidos los accesorios.

LLEGADA

Cuando salió Margaret Thatcher, había 17% de cesantía en Gran Bretaña y la dama de hierro no perdonó a nadie que no tuviera una visa de trabajo. Nos tuvimos que ir. Pudimos habernos ido a Mozambique pero decidimos volver a Chile. Habíamos estado fuera por casi 10 años y no conocíamos a nuestras familias. Abuelos, primos, tíos eran personajes de relatos sin caras. El año 82 llegamos. Mi madre viajó primero. A los 6 meses llegué yo con mi hermano y otros 6 meses después llegó mi padre. Mi madre tuvo tiempo de pedirme que me quitara el color del pelo antes de viajar. En Chile no lo aceptarían en el colegio… Además, ¡tendría que usar uniforme!. ¡¡Uniforme!! No lo podía creer. Por supuesto que yo quería quedarme en Londres. La idea fue descartada de plano. Pensé en escaparme y esconderme, desaparecer… Pero mi madre había viajado con mi hermano pequeño Gabriel, que en esa época sólo tenía 1 año y yo lo extrañaba demasiado. Gracias a que Gabriel existía, el retorno fue menos terrible y no me aventuré a escapar. Era muy chica. No podía. Lo peor estaba por llegar. Me llevaron a Patronato a comprar el famoso uniforme. Jumper. Andábamos con mi mamá y abuela. Recuerdo perfectamente haber pedido la talla más grande que existiera después de haberme probado los 2 primeros que me pasaron. Talla 52. Perfecto, un saco. La pura idea de ponerme esa cosa toda apretada me abrumaba demasiado. Yo quería estar cómoda. Cualquier vestido ceñido no entraba en el abanico de lo que yo consideraba bello o posible. El segundo desafío fue la camisa blanca de cuello redondo. Ok. Cuello redondo vaya y pase, pero ¿de poliéster?… ¿directo al cuerpo? Para mi eso era inviable. Insoportable realmente. Pasamos horas buscando camisas de algodón. No habían sencillamente. Al fin encontramos en una tienda de ropa hindú. Eran camisas blancas de algodón con cuello redondo bordado también en blanco por el borde. No eran mi estilo pero eran usables. Aún faltaba… medias, chaleco… Al final terminé con unos calcetines gruesos y largos y un chaleco multipunto extra grande, tejido a mano, que encontré en la ropa usada. En resumen andaba con el uniforme reglamentario pero en versión ultra gigante, unas 10 tallas más de la que por morfología me correspondía y con bototos. Por suerte para mi era más importante mi identidad y comodidad que cuánto me molestaban o se reían de mi en el colegio. Fue una experiencia brutal lo del uniforme. Era plena dictadura. Uniformes había en todos lados. Se mezclaban con el terror. Uniformes y terror estaban enlazados y la idea de portar uno era también terrorífica. Eso sumado a las órdenes estrictas de NO hablar. No decir, no contar, no hacer preguntas si quiera.

Mi madre no quería que perdiéramos el inglés aprendido y buscó colegios de habla inglesa para nosotros. En mi caso eso también coincidió con que era de monjas, muy religioso y sólo para mujeres. Un verdadero castigo de bienvenida. Había que rezar y cantar el himno nacional. Yo no me sabía ni el himno ni los rezos. Había que formarse en filas, tipo The Wall. Mi corazón estaba destrozado. Sólo tenía esperanzas en el correo. Que me llegara una carta de mis amigos de Londres.

CONTEXTO

Yo venía escuchando The Clash, Sex Pistols, David Bowie. Con mi padre bailábamos los vinilos de John Lennon. Imagine. Para mi cumpleaños me llegó un vinilo de Bob Marley… no era mi favorito pero igual gustaba. Eran vinilos, los amaba.

El panorama en Chile se dividía para mi en 3 grandes grupos. Los cuicos momios (¿Pelolais fachos serían ahora?) que eran muy tradicionales y no tenían idea o no demostraban saber algo de lo que estaba pasando en Chile. Su versión era que Pinochet había salvado a Chile de las garras del comunismo y cuando me preguntaban qué quería estudiar y yo les decía que Arte o Teatro me decían “¡Qué bueno!, porque así no le quitas un puesto a un hombre en la Universidad.” Como diciéndome que esas carreras estaban bien para mujeres que se iban a dedicar a madres dueñas de casa y no a mantener a una familia siendo ingenieros, abogados, médicos o cualquier otra carrera digna de un hombre. También decían que los detenidos desaparecidos eran una invención de los marxistas. Escuchar esas cosas si tienes prohibido hablar es muy cruel. Pero además estaban los looks… Todas iguales, todas tipo casita en la pradera, todas con vestiditos y vuelos, con colores pasteles, pelo muy largo y peinado, calcetines blancos… cadenas de oro con cruces y medallas, aros de perlas de tamaño proporcional a la edad. Los chicos todos iguales también, disfrazados de adultos oficinistas, pantalones planchados, azul, beige o gris, tal vez café. Camisas planchadas, corbatas, chalequitos con cuello en V (para hombres cuello en V, mujeres cuello redondo), mocasines! Algo nunca visto por mi eso de los mocasines y además a veces tenían pompones de cuero o cadenas doradas. Chaquetas azules con botones dorados. Se visten así hasta el día de hoy, hay que decirlo. Es el vestuario de la tradición empresarial… En ese tiempo se estaban forrando para el futuro. En ese grupo, sin embargo, también habían algunos más modernos. Los que tenían familiares en el extranjero y a veces viajaban a verlos, creo. Los que tenían acceso a otros productos o revistas de moda. No sé de dónde salieron las botas altas blancas. Sí sé que estaban en el comercio. Sólo las usaban las cuicas. Pero todas. Había mareas de cuicas con botas altas blancas con y sin flecos en Providencia. Era una pesadilla para cualquiera. ¿Cómo podía alguien querer ponerse ese calzado tan antiestético?.

El segundo grupo eran los lana. Este grupo reunía a todas las personas que estaban en contra de la dictadura y no eran demasiado pobres. Podían tener un chaleco chilote y juntarse en una Peña. Tomar vino de garrafa en vaso plástico. Este gran grupo de personas eran los hijos de los amigos de mis padres y mucha gente más. Los que iban al Latino Americano de Integración y al Francisco de Miranda además de muchas otras personas que fui conociendo y que venían de lugares que no me habían aún mostrado. La banda sonora de este grupo era, por un lado los trovadores como Silvio Rodríguez y bandas como Inti Illimani, y por otro lado, la música de los ‘60 y ’70, música histórica como yo lo veía. Jimi Hendrix, Led Zeppelin, The Doors… La oda a Woodstock. La onda lana era, por lo menos, genderless como se dice en la actualidad. Los chicos y chicas vestían casi igual. Vaqueros gastados o pantalones de cotelé y chalecos de lana chilota o de lana y alpaca andina. Harta polaina. Zapatos con cordones tipo bototos. Todo gastado. Infaltable el accesorio bolso de telar mapuche. La sola idea de la moda era algo despreciable para todos quienes participaban de las Peñas. Al menos eso en teoría ya que todos vestían a la moda Lana. Los Lana eran una institución también.

El tercer grupo eran casi todos los chilenos. Eran todos los que no eran cuicos ni lana. Eran la mayoría. Eran los pobres. Había muchísimos en todos lados aunque en ciertas comunas trataban de ocultarlos y los empleaban, los explotaban y muchas veces maltrataban y también los uniformaban. Empleadas las llamaban y les ponían los uniformes más ridículos como de película de época mal hecha. También los he visto hasta el día de hoy en plazas del barrio alto, mujeres que cuidan a niños rubios que juegan, vestidas con delantales a cuadrillé con pecheras blancas bordeadas de vuelitos y a veces incluso con tocados blancos parecidos a los de las enfermeras de la segunda guerra mundial. Los pobres eran casi todos. Muchos no tenían zapatos. Pedían plata y comida en las salidas del metro y cualquier esquina. Era sobrecogedor. En esa época no habían casi personas gordas. La obesidad es un mal que vino una década después de la aparición de los New Wave.

NEW WAVE

Los New Wave para mi significaron salvación estética y estilística. Ya podía dejar de ser una “Lana” disfrazada que escucha a Janis Joplin y empezar a usar mis vestidos de los años ’50 de nuevo. ¡Un verdadero alivio!. Partir a cortarse el pelo S.O.S. y volver a bailar a Bowie. Desempolvar los vinilos de The Clash y seguir adelante con la búsqueda de formas de vestir que interpretaran mis sentimientos.

Lo mejor era que habíamos varios, muchos no sé si fuimos, pero los suficientes para llenar varias pistas de baile enardecidas. Teníamos mucha necesidad de expresarnos, ansias de ver un poco más allá de la represión cotidiana. Necesitábamos mirar más allá de la Cordillera y el Pacífico… esperábamos los vídeos de música los domingos en la mañana en la televisión abierta. Nos enamoramos de David Byrne, lo estábamos pidiendo a gritos. Ya nadie podía detenernos, estaba explotando un imaginario soñado y deseado por décadas de oscurantismo. Era como aprender a leer o a caminar de nuevo. Existían otros referentes, otras realidades, otros discursos. Unos que nos interpretaban más y que nos parecían más bellos. Era maravilloso arreglarse para salir a bailar toda la noche de toque a toque. ¡¡Bienvenidas las medias de encaje, los pendientes gigantes multicolor, las hombreras exageradas, los abrigos largos, los tacones de colores y bototos negros, los cortes de pelo asimétricos, lo plateado y lo brillante, los colores flúor, el cuero a lo rockabilly y los vestidos vintage por favor!!

Al fin había otra tribu.

Juana Díaz

Diseñadora Telas del Futuro

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